Microrelato

Vocación

Bien pensado, echando la vista atrás, Carlos había dedicado toda su vida a ser guionista, escritor o dramaturgo en cada momento de su vida.

No era sólo que estuviera siempre imaginando historias. Era que siempre vivía en ellas. Su primer comic lo hizo en clase de matemáticas, a la que nunca prestó atención. El comic, o novela gráfica como le gustaba llamarla, giraba entorno a la muerte de la odiosa profesora de matemáticas. Por otro lado, en inglés se dedicaba a crear una guerra fría imaginaria con su compañero de pupitre, Ricardo, utilizando bolígrafos, sacapuntas y lapices que convertían en tanques de llamativos colores que ponían entre ellos, creando una zona de peligro y que a veces desembocaba en escaramuzas. Tuvo que ser Lidia, la chica de atrás, quien propusiera una zona de exclusión y un tratado (“El primer tratado del pupitre de atrás”) por la que las dos superpotencias se comprometían a desarmarme progresivamente e ir quitando de la zona caliente material de guerra (cuadernos, gomas y demás material bélico). Desgraciadamente, los compañeros a la izquierda de Pablo, el grupo de repetidores, no estaban dispuestos a frenar la escalada militar, y solían suministrar en secreto todo un arsenal de bolis bic mercenarios que se encontraban por el suelo. Estos bolis bic eran el terror para Ricardo, que también en secreto y como única manera de parar a estos grupos sin patria que abundaban en el aula (nadie sabía de donde procedían, aunque Lidia sospechaba que provenían del niño de la esquina del fondo que no solía hablar y que llevaba camisetas del Ché Guevara) pedía ayuda a su flanco derecho, el grupito de las chicas populares, que bajo un acuerdo le “prestaban” para uso inicialmente escolar (lo que era una muestra del cinismo de estas malvadas chicas) cartulinas y rotuladores del calibre 16. La situación se hizo tan insostenible que incluso un día apareció en la zona caliente unos misteriosos post-it. Las dos superpotencias, espoleadas por sus respectivos aliados y ante la desesperación de Lidia (amargada, pidió el cambio de pupitre y paso a situarse en primera fila junto con el chico de gafas. Años más tarde mantuvieron un romance que acabo bastante mal, lo suficiente para que el chico de gafas se negara en rotundo a devolver el material y los apuntes de historia, en lo que se llegó a conocer como “la traición del chico de gafas”) reclamaron como suyos estos post-it, y se desencadenó un infierno donde bolis, gomas, sacapuntas y los temidos trocitos de papelillos que se usaban soplando los bolic bic volaban en todas direcciones. La cosa acabó mal, con los dos chicos castigados.

Habría que especificar que la guerra no era más que un apéndice de la verdadera batalla entre los repetidores y las chicas populares. Ricardo y Carlos sólo eran peones de una partida de ajedrez mucho más grande y en ocasiones, mensajeros de correspondencia secreta entre ambos líderes (La Jenny y José, alías “El negro”).

En educación física se esforzaba al máximo imaginando que estaba en una prisión de alta seguridad. Lo que a todas luces era exagerado, era un instituto público, así que como mucho sería una cárcel de mínima seguridad; podían salir del “tuto” a la hora del recreo. En este tiempo iban a una plaza cercana a contar historias y hablar sobre el mundo. Sus amigos y él solían filosofear sobre como se desarrollarían combates a muerte entre sus personajes favoritos.

Historia era la única asignatura a la que Carlos prestaba atención. Él ya se sabía la lección de casa, pues pasaba horas y horas estudiando esa asignatura, lo que se traduce en jugar a juegos de estrategia y a leer mucho. De hecho solía saber más que la propia profesora, aunque era lo suficientemente consciente de ello como para no alardear o ponerla en aprietas, y siempre se las ingeniaba para corregirla sin exponerla.

Al final del día, en ciencias, jugaba al rol con los compañeros cercanos. Él solía ser el “master”, quien inventaba el contexto y la historia de los personajes. Ellos mismos hacían las fichas de personajes, y ante el miedo a que el profe los descubriera de nuevo, no usaban dados, si no trocitos de papel con números que cogían al azar. El propio pupitre era utilizado como mapa, creado por Ricardo con mucho esmero durante las clases de sociales.

No todo el pupitre era el mapa de las tierras olvidadas de Merkor (Carlos acaba de devorar por quinta vez todos los libros del Señor de los anillos). También inventó un método para comunicarse con la chica que asistía a la tarde en el horario nocturno del instituto. Era una especie de lo que luego se conoció como Messenger; Él escribía frases cortas en la mesa y al día siguiente había una pequeña contestación. Todo empezó cuando la chica le comunico un día que también era aficionada al rol.

Así pues, bien pensando, a nadie le extrañó que Carlos se dedicará a escribir historias al acabar la secundaria después de repetir el último curso (los nuevos compañeros no solían ser tan entusiastas en participar en las guerras de Carlos, y pasó mucho tiempo imaginándoselas en su cabeza a la vez que escribía y destruía cientos de cartas para sincerarse con la chica de intercambio que nunca supo de su existencia). Era su vocación. Lo único realmente que había hecho toda su vida.

La lástima es que acabará trabajando en un peaje de autopista. Imaginándose todas las historias de todas las personas que nunca llegaba a conocer durante breves instantes.

Sus historias eran maravillosas.

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